MARINA
LOSPITAO
Una tarde de verano, no me acuerdo de que año, pero creo que lo recordaré para toda mi vida, mi padre me llevó a una obra. Me acuerdo que fue tan caluroso que hacían jornada intensiva, él se levantaba muy temprano para que en cuanto saliera el sol se comenzase a trabajar, así poco después de comer, el llegaba a casa y hasta el día siguiente no volvía a la obra. ¡Qué ilusión me hacía! No quería separme de él.
Ese día habían comenzado a enfoscar los patios de la primera promoción de la calle Molino, que entonces se estaban construyendo, y con esas temperaturas, y como ya después yo estudié, se tenía que regar con agua esos paramentos para que el mortero de cemento no perdiera rápidamente el agua y ocasionaran fisuras por la retracción del mismo.
Esa tarde mi padre me dijo que tenía que marcharse porque tenia que hacer un "recado"(una expresión muy habitual en él) y del disgusto que me dió, tuvo que cargar conmigo. Cuando digo cargar, es cargar literalmente, el recado era ir a la obra. No me acuerdo de cómo era la obra, ni qué medidas de seguridad tenían adoptadas, que supongo que escasas o las del invento del tebeo, sólo que tuvimos que subir por los andamios que estaban el patio de luces a una planta superior, yo agarrada a mi papá cual criatura a su madre. Y se puso a regar las paredes, yo ni pestañeaba, aquello era como ver dibujos animados o ir al parque, y entonces mi padre me dijo "hay que regarlo para que no se agriete el cemento". Desde entonces supe que yo quería ser como él...